jueves, 22 de diciembre de 2016

MENSAJE NAVIDEÑO DE NUESTRO HERMANO MAYOR

A mis queridos hermanos:

Este año de 2.016, mes de Diciembre, en tiempo de Adviento, tiempo de penitencia y a la vez de regocijo y esperanza por la venida de nuestro Salvador Jesucristo, hemos cumplido dos años de la legislatura que vosotros en su día nos disteis para regir nuestra Hermandad de la Santa Cruz y Nuestra Señora de Loreto en su Soledad.

Durante estos dos años y gracias al trabajo y sacrificio del equipo que hemos constituido para llevar a cabo los objetivos que nuestra Hermandad tenía proyectado para su gloria y exaltación, se está cumpliendo. Ya tenemos los principios de nuestro mayor proyecto, la elaboración de un paso digno en el que podamos llevar por las calles de Jerez, a la más grande para nosotros, la Santísima Virgen de Loreto. Pronto podréis contemplar cómo algunos hemos tenido la dicha de hacerlo, los principios del proyecto, la terminación de la mesa y andas de ese magnífico paso que llevará con honra y honor a nuestra Madre de Loreto.

Desde aquí, quiero hacer llegar a vosotros que no estimemos en sacrificio y aportaciones para ver este hecho conseguido.

Otros actos nos han llenado de satisfacción mariana, como son los que tenéis en mente en estos últimos días, el Triduo a Nuestra Madre de Loreto en su Capilla, la visita a las Reparadoras, y a lo largo del año, etc…….

Y una vez dicho esto, os quiero traer esta reflexión de navidad, sacada de una para mi gran homilía, a la que como buen cristiano y lauretano, debemos reflexionar en estos días de Navidad, y que comienza con estas preguntas:

¿Cuántos son los que creemos de verdad en la Navidad? ¿Cuántos los que sabemos celebrarla en lo más íntimo de nuestros corazones? Estamos tan entretenidos con nuestras compras, regalos y cenas que resulta difícil acordarnos de Dios y acogerlo en medio de tanta confusión. Nos preocupamos mucho de que estos días no falte nada en nuestros hogares, pero a casi nadie le preocupa si allí falta Dios. Por otra parte, andamos tan llenos de cosas que no sabemos ya alegrarnos de la «cercanía de Dios».

Y una vez más, estas fiestas pasarán sin que muchos hombres y mujeres hayan podido escuchar nada nuevo, vivo y gozoso en su corazón. Y desmontarán «el Belén» y retirarán el árbol y las estrellas, sin que nada grande haya renacido en sus vidas.

La Navidad no es una fiesta fácil. Sólo puede celebrarla desde dentro quien se atreve a creer que Dios puede volver a nacer entre nosotros, en nuestra vida diaria. Este nacimiento será pobre, frágil, débil como lo fue el de Belén. Pero puede ser un acontecimiento real. El verdadero regalo de Navidad.

Dios es infinitamente mejor de lo que nos creemos. Más cercano, más comprensivo, más tierno, más audaz, más amigo, más alegre, más grande de lo que nosotros podemos sospechar. ¡Dios es Dios!

Los hombres no nos atrevemos a creer del todo en la bondad y ternura de Dios. Necesitamos detenernos ante lo que significa un Dios que se nos ofrece como niño débil, vulnerable, indefenso, sonriente, irradiando sólo paz, gozo y ternura. Se despertaría en nosotros una alegría diferente, nos inundaría una confianza desconocida. Nos daríamos cuenta de que no podemos hacer otra cosa sino dar gracias.

Este Dios es más grande que todos nuestros pecados y miserias. Más feliz que todas nuestras imágenes tristes y raquíticas de la divinidad. Este Dios es el regalo mejor que se nos puede hacer a los hombres.

Nuestra gran equivocación es pensar que no necesitamos de Dios. Creer que nos basta con un poco más de bienestar, un poco más de dinero, de salud, de suerte, de seguridad. Y luchamos por tenerlo todo. Todo menos Dios.

Felices los que tienen un corazón sencillo, limpio y pobre porque Dios es para ellos. Felices los que sienten necesidad de Dios porque Dios puede nacer todavía en sus vidas. Felices los que, en medio del bullicio y aturdimiento de estas fiestas, sepan acoger con corazón creyente y agradecido el regalo de un Dios Niño. Para ellos habrá sido Navidad.

Que nosotros los lauretanos, después de haber reflexionado el mensaje de esta homilía, seamos sencillos y limpios de corazón y así seremos felices ante Dios y su Hijo el Niño Jesús que viene a nosotros para con su vida darnos la salvación.

Quiero que nuestra fe en la Santísima Virgen de Loreto y en nuestro trabajar diario para la exaltación de nuestra Hermandad aún a pesar de los avatares, no decaiga en nosotros. Que siempre estemos unidos en el bien común para engrandecer en el amor y en la fe a nuestra Madre la Virgen de Loreto y a nuestra Hermandad. La unidad es una fuerza común, que mueve montañas.


¡¡¡FELIZ NAVIDAD!!!


¡¡¡QUE DIOS NAZCA DE VERDAD ENTRE NOSOTROS!!!



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